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domingo, 24 de agosto de 2014

"ELLA"

El cuento del Campeón **




Me llegó cuando tenía 6 años. Creo que fue un regalo de Nicola, el verdulero italiano de una esquina de Ciudadela que tenía un banderín de San Lorenzo atado con un hilo, justo ahí sobre la hilera marcial de los cajones de fruta. Y que  contrastaba el azulgrana del triángulo con el fondo de los anaranjados, los amarillos y los verdes furiosos ese de las mandarinas, las bananas y las peras. Siempre había olor a kinotos, por esa planta que se desperezaba en la pared lindera.
La verdulería de Nicola era el faro de esa esquina de veredas anchas, el destino de los pibes del barrio que nos sentábamos las tardes de verano a ver pasar el 289 hasta que bajara el sol, para armar partidos con la pulpo de goma. La calle San Ignacio era entonces un Camp Nou, con arcos de árboles raquíticos y un travesaño virtual, que variaba en altura según a quién le tocara atajar. Porque no era lo mismo un arquero de 1 metro 20 que otro de 1,50  y el travesaño era siempre la línea imaginaria que quedaba sobre los brazos extendidos del golero de turno.
Me recuerdo alguna vez con ella puesta. Porque, aunque se hiciera de noche, el que iba al arco con una gorra en la cabeza,  infundía más respeto al rival y confianza a los compañeros. Al menos hasta que llegara la primera pelota y probáramos vuelos rudimentarios que terminaban siempre con raspones en las rodillas y machucones en los codos.
De Ciudadela nos fuimos a vivir al campo y ya no la vi más. No la recuerdo en mi cabeza, ni buscando ranas en los zanjones ni tirando una caña de pescar finita,  en algun arroyo flaco donde sacar un pez era más difícil que matar un chancho a besos. No la vi en la secundaria ni en las calles empedradas de Chascomús, donde vivimos hasta que volvimos a Buenos Aires. Ni en La Plata, donde la adolescencia me llevó a la facultad de Periodismo más preocupado en cómo conquistar chicas y hacer amigos, y con un éxito rotundo en este segundo rubro.
La gorrita de Nicola no apareció nunca más. Ni con el sueño de los recién casados, ni con las mudanzas que buscaban otra pieza porque ahora llegaba la nena, y despues otra porque venía el nene. Y se perdió durante 35 años.
Pero hace dos, cuando estábamos por irnos al descenso, ella volvió quién sabe de dónde. Apareció doblada en una tirita angosta como una sardina, justo en el fondo de un cajón profundo, tapada por bufandas, pañuelos y guantes de lana de cuando los chicos eran chicos.
La llevé a la cancha el día en que nos salvamos contra San Martín de San Juan y desde entonces fué siempre. Guido me preguntaba por ella cuando repasabamos las cosas antes de ir para el Nuevo Gasómetro. Documentos, carnés, las llaves. “¿Llevás la gorra, papá?” .
La beso cuando me la saco y la doblo otra vez hasta el próximo partido. Temo por su visera de cartón, ya que va perdiendo consistencia y ahora hasta parece hecha de flan.
Nos sacó campeones con Pizzi y llegó a la Copa.
Quedó en el auto cuando fuimos a los penales con Gremio y lo veíamos por la tele. “¡La gorra!” , me gritó Guido, como quien pide agua en el Sahara. Salí como un rayo disparado y, volví agitado, con ella en la cabeza, justo cuando un brasileño llegaba a la pelota...  Y entonces Torricoooooo la atajó !!!. Vamos carajo.!!
Vi bajo su tela descolorida los 5 goles al Bolívar que les metimos en semis. Viajó con nosotros a Asunción y regresó al Bajo Flores el miércoles pasado. Volví a besarla cuando el Gordo Ortigoza acomodaba la pelota con las manos buscando concentración, en un costado, mientras el referí se aprestaba a pitar todo para ese penal decisivo ante los paraguayos. Ese penal, ese remate crucial, el único de todos los tiros al arco en la historia de San Lorenzo que tenía que entrar. Si o si.
“Una más te pido, por favor No me falles” , le dije a la gorra, mientras la estrujaba una y otra vez y le besaba el escudo como un autómata extraviado por la locura. Mi amigo Beto, mi ahijado Felipe y Guido me miraron como se mira a un tipo que está diciendo algo serio, porque ellos ya sabían del beneficio de sus influjos mágicos y oníricos: esta gorra si, esta gorra si que te cumple los sueños.
Entonces ahi toma carrera el Gordo. Ahí va Jony recto a la bola. Nadie tiene frío en la noche del Bajo Flores. Las gargantas se secan. Los celulares se quedan sin señal y la luna se esconde de nuevo. Ortigoza cambia el paso, parece que se frena, pero no...
Ya no se siente ni el viento. Abre el pie... Es ahora o nunca, por favor, por Dios te lo pido gorrita de mi infancia!!...
Y Boedo estalla!!. La noche se rompe y se hace la luz.
Con ella en la cabeza,  di y recibí el miércoles los abrazos más profundos y más sentidos de toda mi vida cuerva. Con ella en la cabeza  me galopó el corazón. Es nuestro secreto. No lo saben ni el Patón, ni Lammens, ni Tinelli ni el Pipi. Dejenme decirles que no creo en estas cosas.  Casi nunca. Sólo esta vez. Y se los juro: ELLA, ELLA también nos sacó campeones de América.

Héctor Gambini

facebook.com/hector.gambini

** con algunas mínimas licencias del autor de este bló

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